martes, 22 de junio de 2010

- Capítulo 2 - Cambios Radicales (Parte 2)

—¿Estará bien? —preguntó una dulce voz femenina.

—Me parece, no le golpeé tan duro —respondió otra voz, esta vez perteneciente a un chico.

Felix recordó de golpe quién era y qué hacía. Abrió los ojos sólo para encontrarse con el rostro de Mike cercano al suyo. Soltó un grito e intentó moverse, únicamente para darse cuenta de que era incapaz de hacerlo. ¡Lo habían atado a una silla!

—¿¡Qué habéis hecho!? ¿¡Por qué estoy atado!? ¿¡Qué coño pasa!? ¿¡Cuál es el maldito problema!? ¡Desatadme ya! —vociferó desesperado, moviendo la silla de un lado para otro, en un intento de liberarse.

—¡F, tranquilo! ¡F! —intentaba calmarle Mike en vano.

Felix continuaba moviéndose frenéticamente, provocando que la silla se fuese desequilibrando cada vez más. Finalmente, tras un salto extremadamente alto, una de las patas cedió ante el peso y la silla se desplomó, con Felix encima, inevitablemente hacia el frío suelo.

—¿Habéis visto lo que ocasionáis? —reclamó desde su posición— No sé qué coño intentabais al atarme a una silla, pero si no me desatáis…

Felix se interrumpió repentinamente al sentir que se le metía algo a la boca. Al tener las manos atadas, tosió lo más fuerte que sus pulmones le permitían para expulsar lo que se había tragado.

Lo logró. Sintió algo parecido a una pelusa pegado a su lengua. Con un poco de asco, escupió en el suelo.

—¿¡Cabello!? —exclamó, al ver lo que nadaba repugnantemente en su saliva. Y no era sólo ése, había decenas de montones desperdigados por el suelo. Y, peligrosamente, eran del mismo color que el cabello de Felix.

—¡No! ¡¡No!! —vociferó el chico, agitándose de nuevo en la silla— ¡¡No puede ser que sea mi cabello!! ¿¡¡Pero qué habéis hecho!!?

—F, tranquilízate… —intentó decir Michelle, pero se veía interrumpida por los ruidosos gritos de Felix:

—¡¡…haciendo eso sin permiso!! ¡¡Ya quiero saber qué le vais a decir a…!!

Repentinamente, Mike tomó un espejo de mano, se agachó y se lo puso a Felix frente al rostro.

—¡Te ves bien, tío, bien! ¡Así que cálmate! —exclamó, obligándole a mirarse en la superficie reflectora del espejo.

Lo primero que Felix notó fue que tenía sangre seca alrededor de la comisura de la boca, lo cual evidenciaba que Mike le había golpeado fuertemente la mandíbula. También pudo notar que, mientras se encontraba inconsciente, le habían quitado los anteojos y le habían lavado el gran rasguño que tenía en la mejilla, deshaciéndose además de la tirita.

Su cabello estaba cambiadísimo, el volumen había disminuido considerablemente, lo cual también hacía parecer que el color de su pelo era más claro. Apenas le llegaba a las cejas, y lo habían cortado desvanecido, al igual que el cabello que le caía hasta media oreja. También le habían puesto algún líquido brillante, pues su pelo reflejaba la luz como sólo lo hacía cuando se mojaba.

Mike levantó a Felix del suelo, con un poco de esfuerzo, y se ocupó de desatar los nudos que le tenían inmovilizado contra la silla.

—¿Qué... habéis hecho...? —preguntó, incrédulo, una vez que Mike le había liberado. Se puso de pie y se sacudió los restos de cabello de la ropa, especialmente de la parte trasera de la camisa, donde había una alarmante acumulación, pues el pelo cortado había quedado atrapado entre la espalda del chico y la silla.

Fue Michelle la que lo explicó, hablando con una notable emoción en la voz:

—Primero te empapé por completo y me deshice de los nudos con un peine abierto, y luego te cepillé hasta dejártelo completamente liso. Te quité volumen de la coronilla y te corté las puntas con unas tijeras de degrafilado. Finalmente te puse extracto de semilla de uva y te sequé el cabello. El peinado se hizo por sí solo una vez tu pelo estuvo seco.

—¿Qué me dices ahora, F? —intervino Mike— ¿Confías ahora en Michelle?

—No.

—¿Qué?

—Pero aprecio el hecho de que por lo menos lo hizo bien —respondió Felix, tocándose el cabello, aún incrédulo.

Sin previo aviso, el teléfono móvil de Felix comenzó a vibrar en su bolsillo. Tuvo dificultades para sacar el aparato de su bolsillo, pues estaba demasiado apretado. Presionó un botón y la pantalla se iluminó al instante, mostrando la causa del aviso:
23 Llamadas Perdidas

Ver Salir


—¡Veintitrés! —exclamó Felix, atónito. Les dedicó una mirada de disculpa a Mike y a Michelle, y luego expresó—: Tendréis que… perdonarme, pero me parece que mis padres me buscan con desesperación.

—Hasta luego —se despidió Michelle.

—Nos vemos —dijo Mike, agitando la mano.


Felix soltó un gran suspiro una vez se lanzó en su mullida cama. Había tenido mucho para haber sido el primer día.

Había llegado tranquilamente a su casa, después de quince minutos de viaje en autobús, para sólo recibir una regañina por parte de sus padres por haberse cortado el cabello sin permiso y haber perdido sus gafas, además de que no les había respondido las llamadas. Afortunadamente, sus padres prometieron comprarle unas más delgadas o, si lo deseaba, unos lentes de contacto.

La familia de Felix era de lo más normal, excepto por el hecho de que se veían obligados a mudarse cada año. Sus padres rondaban los cuarenta y cinco años; su madre se ocupaba de la casa, mientras su padre trabajaba la mayoría del tiempo, a excepción de las noches y el domingo, además de contar con una pobre hora y media para comer durante el mediodía.

Felix tenía un hermano y una hermana; mayor y menor, respectivamente. Su hermano mayor, Kyle, ya no vivía en casa, pues se había ido a estudiar la universidad. Cuando vivía allí, constantemente competía contra Felix en todo, ya fuesen deportes, resultados académicos, e incluso cosas sin importancia. Por ejemplo, el chico atesoraba un recuerdo de cuando él y Kyle habían competido para ver quién comía más en un buffet. A pesar de todo, los dos hermanos llevaban una buena relación, y sus competencias jamás se convertían en peleas.

Lo contrario sucedía con su hermana menor, Lily, con quien tenía discusiones constantes. La chica, de apenas trece años, pasaba por esa etapa en la que se está en contra de todos. Si no peleaba con sus padres, generalmente por no conseguir lo que quería, se empeñaba en molestar a Felix, a quien solía llamarle “Espécimen”. A Kyle, en cambio, le llamaba simplemente “Neandertal”.

Su casa, por otro lado, no era pequeña, pero tampoco demasiado lujosa. Era perfecta para la familia de cinco personas... excepto por el hecho de que Felix se veía obligado a dormir en una habitación que seguramente había sido construida como una bodega, pues era demasiado pequeña para el chico. Habían tenido que desarmar la cama, meter las piezas y armarla de nuevo en la habitación, pues era imposible maniobrar con ella en el cuarto. Pese a esto, el chico se animaba pensando que, una vez estuviese bien acomodado todo, podría mudarse a la ahora vacía habitación de Kyle.


—Felix, cariño, ¿podrías venir, por favor? —llamó su madre desde otra habitación. El chico solto un bufido, cerró el cuaderno en el cual estaba haciendo sus deberes, y se dirigió a la habitación de sus padres.

—¿Sí? —preguntó una vez que estaba allí. Tanto su padre como su madre le miraron con sus oscuros ojos color marrón, contrariamente a los de Felix, que eran verdes. Toda su familia tenía los ojos del mismo color, incluyendo a Kyle y a Lily. Consideraban a Felix la oveja negra, debido al hecho de que no tenía mucho parecido con sus padres. Muchas veces Lily le decía que era adoptado, pero el chico se consolaba diciendo que era simplemente un gen oculto que se había manifestado sólo en él.

—Hijo... Te tenemos muy malas noticias —expresó su padre. Acompañadas por su serio tono de voz, aquellas palabras no dejaban lugar a otra cosa: algo malo estaba por venir.

—¿Ocurre algo? —preguntó Felix, con un nudo en la garganta que le impedía respirar bien.

—Verás... La mudanza nos ha dicho que...

—...se han perdido varias cajas. Entre ellas tus cosas —terminó su madre.

—¡Qué! —gritó Felix, estupefacto y furioso a la vez— ¿¡Y qué ropa se supone que usaré!?

—La que Kyle no se ha llevado a la universidad —respondió su padre.

—Los de la mudanza nos han dado una compensación, así que este fin de semana, cuando tengamos tiempo, iremos a comprarte la ropa que quieras. ¿Está bien?

—Vale, vale —respondió Felix, enfadado, antes de marcharse a su habitación.



—Mi vida es cada vez más desesperante —murmuró Felix para sí, ya más tarde, mientras se preparaba para dormir. Miró por la ventana que estaba al lado de su cama, admirando la tranquilidad de la calle nocturna.

Fue aquella noche cuando les vio por primera vez. Eran negros, negros como la nocturna infinidad que les rodeaba. Y como la misma luna que colgaba en aquella bóveda, decenas de amarillos ojos le miraron. Medirían aproximadamente dos metros y medio, pero debido a que iban encorvados y con las piernas flexionadas, no superaban la altura de un hombre normal.

Le aterraron sus brazos. Eran desiguales al resto de sus cuerpos; los balanceaban como péndulos, de una manera espeluznante y casi asquerosa. El dorso de sus manos rozaba el suelo, y sus oscuras garras al unísono provocaban un chirrido que paralizó a Felix.

Felix no pudo evitar temblar su movimiento. Eran casi borrosas, y parecían flotar más que moverse. Se balanceaban de una manera repugnante, con sus brazos colgando.

Felix observó a las sombras y las sombras observaron a Felix hasta que el chico cayó dormido.

A la mañana siguiente, el joven ya había olvidado todo.

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