martes, 29 de junio de 2010

- Capítulo 4 - Comienza todo (Parte 1)

Felix cruzó corriendo el pasillo vacío del colegio. Como nunca antes lo había hecho, pues era muy respetuoso con las reglas, resbaló al intentar dar la vuelta, por lo que cayó al suelo de bruces. Sin poder detenerse, se estrelló con la pared y se quemó la rodilla por la fricción de su piel contra la tela de su recién comprado pantalón, parte del uniforme de la academia.

Se levantó y ni se molestó en sacudirse, ya que si había resbalado tan limpiamente, el suelo debería estar más que pulcro. Continuó su carrera, intentando ser indiferente a las sombras que andaban por los pasillos.

Desde el día anterior, sus ojos habían captado algo que estaba más allá de lo que podía ver el humano. Durante algunos momentos, la luz le parecía más brillante, y los objetos en sombra se tornaban oscuros.

En aquel aterrador caleidoscopio de luz se movían unos extraños seres que parecían existir en otro plano espacial. Eran intangibles, inaudibles y, excepto para Felix, también invisibles. El chico apenas era capaz de verlos, pues eran casi transparentes, y se perdían en el laberinto de luces. Y sin embargo, era capaz de localizarlos por sus brillantes ojos amarillos, que resaltaban como un faro en el nocturno océano.


Felix estaba más que susceptible. El día anterior, o más bien noche, había tenido un extraño incidente con dichas sombras. Aterrado, pensó que le seguían, por lo que corrió una considerable distancia antes de buscar refugio en un solitario parque. Extrañamente, todas las luces se apagaron, y Felix fue incapaz de encontrar la luna o estrella alguna.

El chico descubrió que su mano despedía un brillo azul, lo cual le espantó aún más. Por dicho motivo, se había llevado puesta a la escuela una guanteleta que su hermano Kyle solía usar para andar en bicicleta.

Aquella noche Felix se las arregló para llegar corriendo a su casa, sólo para descubrir que la distancia que recorría en quince minutos en autobús la había recorrido en escasos cinco minutos corriendo. No pudo dormir casi nada; el sueño le ganó al miedo alrededor de las dos de la mañana. Para empeorar las cosas, olvidó que los martes y los jueves entraba una hora más tarde a la academia, por lo que perdió otra hora de sueño.


—¡Oye! —llamó un hombre que vio a Felix pasar corriendo por un cruce de pasillos. El muchacho, obediente, regresó sobre sus pasos.

—¿Sí? —preguntó. Luego dejó salir un “oh” de comprensión al notar la banda que decía “Hall Monitor” y que el hombre llevaba alrededor del brazo derecho.

—Tengo pase. —aclaró Felix, sacando la tarjeta de su bolsillo.

En su cara se dibujó una expresión de odio al ver que una sombra iba detrás del hombre.

—Como supuse. —pensó el chico—. Por alguna razón, los humanos parecen atraerles... excepto yo.

—Ése no es el problema. —señaló el individuo—. Está estrictamente prohibido correr en los pasillos.

—Iba a la enfermería, llevo un poco de prisa. —respondió Felix, sin apartar sus fulminantes ojos de la sombra.

—Te lo dejaré pasar esta vez, pero que no te vuelva a ver hacerlo. ¡Y no me mires así, sólo hago mi trabajo!

Felix sólo asintió con la cabeza. Se alejó del vigilante y de su fantasmal acompañante, y continuó su camino rumbo a la enfermería, la cual se encontraba justo enfrente de las oficinas de administración, en el primer piso del edificio.

La enfermería era, sin duda alguna, bastante grande. Tenía espacio para diez camas, lo cual algunos veían excesivos, además de tener tres baños y una gran variedad de medicamentos. Como siguiendo una especie de requisito, tanto las paredes como las camas, con sus respectivas sábanas y cortinas, eran de color blanco.

Esto hizo que a Felix le ardieran los ojos. La luz se veía intensificada por la visión del chico, por lo que una habitación blanca no era precisamente sombría.

Felix tocó la puerta abierta, recibiendo un “Adelante” por respuesta, y entró al lugar. Sentados en sus correspondientes escritorios, se encontraban una enfermera y el doctor de la academia.

—Explícame, ¿qué es lo que te molesta? —preguntó el hombre, sin levantar la vista del ordenador de su escritorio, en el cual se encontraba tecleando Dios sabría qué.

—Esto... Me molestan los ojos. Bastante. —dijo Felix. Prefirió dejar de lado la presión en su cabeza, la cual había disminuido tremendamente desde la noche anterior, y apenas era perceptible—. ¿Tendréis gotas o algo...?

—Sí, tenemos. —respondió el médico—. Anne, dale un frasco de gotas de manzanilla al muchacho, por favor.

—En realidad, esperaba que me examinaran primero. No es una molestia común...

—Anne, examina al muchacho, por favor.

—Pues vaya médico. —pensó el chico. La enfermera le pidió que le explicara lo que le sucedía.

Felix relató cómo había comenzado su extraña visión, dejando de fuera a los seres fantasmales, y pasando por el hecho de que había cambiado sus gafas por lentes de contacto.

La enfermera le pidió que se sentara en la cama más cercana, y Felix obedeció. Tomó una pequeña linterna y apuntó al ojo del chico. Chasqueó los dientes y dijo:

—Si voy a examinarte los ojos, deberías quitarte los contactos primero.

—No los traigo puestos. —explicó Felix, sin comprender. Acto seguido, sacó el pequeño estuche de uno de sus bolsillos, lo abrió, y mostró el contenido.

—Pues yo puedo vértelos. —señaló la enfermera. Felix notó que el doctor había dejado de escribir en el ordenador y había alzado la cabeza, escuchando con atención.

La enfermera le pasó un espejo de mano. El chico se lo acercó al rostro y miró el interior de su ojo.

La mujer tenía razón. Tal vez no eran sus lentes de contacto, pero allí definitivamente había algo. Una delgada y casi invisible línea delimitaba una especie de membrana que recubría el iris y la pupila.

—Anne, yo me encargaré del chico. —expresó el doctor, levantándose de su asiento—. He tenido casos como estos. ¿Te importaría... dejarnos solos?

La enfermera Anne asintió con la cabeza y desapareció por la puerta.

—Buenos días. Soy el doctor Robinson, mucho gusto. —se presentó el hombre, tendiéndole una mano al muchacho.

Robinson tenía la misma estatura que Felix, y poseía un cabello de color chocolate oscuro que ya empezaba a teñirse de plateado alrededor de las sienes. Le dedicó al chico una sonrisa radiante y amigable, mostrando unos blancos dientes. Tal vez sonreía con la boca, pero sus ojos color miel no manifestaron lo mismo.

Felix dudó un poco al corresponder al gesto de Robinson.

—Soy Felix...

—Flynn, lo sé. —interrumpió Robinson. El chico tragó saliva, nervioso.

—¿Cómo... lo sabe...? —inquirió el chico. Sin embargo, no recibió respuesta alguna, pues Robinson expresó:

—Por lo que has dicho, tu visión se ha hecho más sensible a la luz, intensificando el brillo y tornando las cosas oscuras en... más oscuras, vaya. ¿Estoy bien?

Felix sólo asintió con la cabeza. Robinson tomó la pequeña linterna y le ordenó al muchacho que mirara la luz.

—Mmm... Ya veo... ¡Ah...! Ajá... — era todo lo que el doctor decía mientras continuaba examinando los dos ojos del chico.

El doctor finalmente apagó la linterna. La dejó con sumo cuidado en la mesilla de noche de la cama en la que Felix estaba sentado. Caminó hasta una repisa y tomó una pequeña bolsita de plástico.

—Felix, ¿te importa mostrarme tu mano? —pidió Robinson, una vez se había puesto los guantes que estaban en la bolsa.

—¡Lo sabe! —notó de inmediato Felix. Sin embargo, podría ser su única oportunidad de recibir ayuda, por lo que se quitó la guanteleta y obedeció.

Robinson le tomó la mano apenas la tendió.

—Nadie te dijo que me dieras la derecha. —apuntó el médico. Felix simplemente explicó que era diestro—. ¿Qué te has hecho en la mano? —preguntó, una vez notó la sangre seca.

Felix no contestó. El doctor tomó una pequeña toalla, se dirigió al baño, y mojó la punta con el agua del lavabo.

—Son marcas de uñas. —dijo Robinson, una vez había vuelto y le había limpiado la mayoría de la sangre con la toalla húmeda.

Felix notó que estaba sudando. No supo si por nervios o por miedo. Tal vez por ambos.

—Dime, Felix... ¿Has tenido..... alucinaciones?

Felix sintió como si alguien le hubiera arrojado agua fría encima. Ya no había duda alguna: Robinson lo sabía. Muchas preguntas pasaron por la cabeza del chico. ¿Me ayudará? ¿Está en contra mía? ¿Tiene explicaciones? ¿Es uno de ellos disfrazado? ¿Puede ver lo mismo?

Robinson le soltó la mano, a la par que dejaba salir un gemido de comprensión. Caminó hacia su escritorio y tomó una hoja de papel, la cual puso en una tablilla para apoyar.

—Bien, quiero que me expliques to...

Robinson se detuvo. Felix estaba de pie, con las piernas separadas y flexionadas, preparado para escapar. Sin embargo, el doctor se encontraba parado entre los dos escritorios, bloqueando la única salida.

Pero eso no pensó Felix, pues recorrió el pequeño espacio entre la cama y Robinson con una zancada y saltó por encima del escritorio más cercano, utilizando las manos como apoyo. El doctor dejó caer su tablilla e intentó tomar a muchacho por el saco del uniforme, pero Felix se retorció y se liberó de él.

La campana anunció el fin de clases al mismo tiempo que Felix salía por la puerta principal del edificio escolar. Era definitivo. Robinson lo había visto.

Su mano estaba brillando.



Felix recorrió todo el túnel de árboles en su extensión, y saltó la escalinata entera. Al caer, rodó sobre su hombro para reducir el impacto. Se sorprendió ante su logro, pero se puso de pie y continuó corriendo.

Sin importarle las miradas de los curiosos, Felix entró al centro de computación. Pagó dos dólares en la entrada y se apresuró a sentarse en el ordenador más alejado de la puerta.

Una vez la computadora había encendido, Felix inició el navegador, que al instante le mostró un buscador como página de inicio.

Sin dudar, Felix tecleó dos palabras en el buscador: “Universo” y “Paralelo”.

Al instante se mostraron miles, tal vez millones de resultados, en la pantalla del ordenador. Felix entró al que tenía el título y descripción más llamativos para él.


La teoría de las cuerdas, el multiverso, la antimateria... Felix estuvo un par de horas leyendo documentos, pero no estuvo seguro de ser capaz de explicar a aquellas sombras que acechaban en cada momento.

El centro de computación, al estar repleto de personas, estaba también lleno de aquellas criaturas. Muchas de ellas se conformaban con estar sentadas o de pie al lado de su humano correspondiente, otras se subían a las mesas o a las sillas, y algunas parecían flotar por encima de la gente.

Felix se alegró, pues ninguna se acercaba a él.


Finalmente, el chico se ocupó de apagar el ordenador y de guardar sus pertenencias en la mochila. Luego salió del edificio, no sin antes buscar a Robinson con la mirada. Emprendió el rumbo hacia la salida, esperando tomar un autobús a su casa.

Sintió una minúscula gota de agua caer en su mano derecha, que ahora mantenía la mochila en su lugar al agarrar el tirante. Muy pronto le golpearon más gotas, tanto en el rostro, como en los brazos y ropa.

Muy pronto llovía a cántaros. Felix se encontró empapado. Corriendo para no mojarse, lo cual de hecho ya no le servía de nada, el chico buscó refugio bajo las ramas del túnel de árboles. Rezó para que un rayo no se viera atraído hacia él, pues siempre le habían dicho que no se parara bajo un árbol mientras llovía.

De nuevo sintió un ataque. Maldijo en voz alta, pues sintió una vez más la presión en la cabeza, como si le apretaran los oídos con las manos.

Casi sin pensarlo, Felix se miró la mano, esperando verla despedir luz. Pero, para su alivio, continuaba igual que antes.

Pum. Pum. Pum.

Era capaz de escuchar la sangre recorrer su cuerpo y los latidos de su corazón rebotando en sus oídos. Era la peor sensación que había sentido en toda su vida. Sentía que en cualquier momento su cráneo cedería a la presión y aplastaría su cerebro.

Pupum. Pupum. Pupum.

Tanto su ritmo cardíaco como respiratorio se aceleraron. Su vista y su mente comenzaron a nublarse. Las piernas le temblaron y, sin previo aviso, fueron incapaces de sostenerle.

Felix cayó al suelo de costado. Soltó un grito y se hizo un ovillo, en un vano intento de disminuir el dolor.

A la par que las pulsaciones aumentaban de velocidad, Felix sintió como si le estrujaran el corazón. Se apretó el pecho en un acto de desesperación, pero no le sirvió en absoluto.

Algo en su interior se rompió con un chasquido, como si de una minúscula cápsula se tratase. En unas milésimas de segundo, algo frío recorrió su cuerpo entero, como si agua fría se hubiese liberado en su torrente sanguíneo de golpe.

Y Felix perdió la conciencia

(Continúa en Parte 2)

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