domingo, 26 de septiembre de 2010
Capítulo 12 - ¿Comenzamos de nuevo? (Parte 1)
—¡Buen día, Port Lagune! A todos aquellos que tienen programada la alarma a las 6:00 am: ¡¡“beep beep beep”!! ¿Alguien más tiene la impresión de que hoy será un ex-ce-len-te día? El pronóstico nos dice que hoy lloverá, ¡pero eso no es razón para negarle un amistoooooso saludo al sol!
Sin levantarse de su cama, sin apartar su cabeza de la suave almohada, y sin deshacerse de las cobijas siquiera, Felix Flynn alargó su brazo intentando alcanzar aquel botón que apagaría el molesto radio despertador que le había apartado de su mundo de sueños.
Probó varias veces, pero, o había presionado repetidas veces el botón equivocado, o algo impedía que el mecanismo se activara. Irritado, tomó su lámpara de noche y la estrelló una y otra vez, como si fuese un martillo, contra el aparato hasta que se detuvo, seguramente roto ya.
A medio camino entre el sueño y la vigilia, se levantó de la cama y se dirigió hasta el baño, donde se mojó el rostro con agua fría para despertarse. Una vez podía mantener los ojos abiertos durante un tiempo decente, volvió a la litera donde había dormido, con la intención de despertar a Mike, su compañero de habitación.
—Mike. —llamó Felix, sacudiendo levemente al chico por el hombro. El joven, de sueño pesado en extremo, no mostró respuesta alguna. Felix siguió insistiendo, ahora con un poco más de fuerza. Mike continuó sin reaccionar, a pesar de los frecuentes intentos de su compañero.
Preparado para lo que venía, Felix movió a Mike lo más fuerte que pudo. La marca en la mano del último comenzó a brillar, dando aviso sobre lo que se avecinaba: como acto reflejo, Mike lanzó fuego por los puños y la boca, e incluso por la nariz y orejas.
Completamente consciente de lo que Mike solía hacer al despertar, Felix ya se había preparado con un largo disco de viento que apartó y apagó las llamas cercanas.
Mike bostezó a la par que se desperezaba, ignorante a lo que acababa de hacer. Mientras tanto, Felix se ocupaba de utilizar su Psique para apagar algunas llamas que habían brotado en la blanca sábana de su compañero.
—...días... —murmuró Mike, con los ojos entrecerrados. Felix se encargó de darle una buena colleja antes de volver a meterse al baño.
—¡Ve planchando la ropa, Mike! —gritó, con la puerta ya cerrada. Sintiendo los párpados un poco pesados una vez más, se apresuró a quitarse la pijama y meterse a la ducha con el agua fría.
Miércoles 6 de octubre de 2010, en la sección A de dormitorios de la Atlantic Coast Academy, Felix Flynn se preparaba para su primer día de escuela de desde aquel desafortunado día en el que Nebiros le había atacado y le había dejado completamente incapacitado. Por suerte, la herida que le había hecho aquel misterioso encapuchado no había sido muy grave, por lo que Felix no tardó en sanar. Y seguro no tardaría en hacerlo por completo.
Felix se dejó caer en la cama, sin muchas ganas de vestirse. Mike había terminado de planchar la ropa y se había metido a la ducha una vez su amigo ya había acabado. Giró su cabeza para mirar el despertador, cuando recordó que lo había aplastado hasta la muerte con su lámpara. Debido a esto, el chico se levantó, de mala gana, para recoger su teléfono móvil del escritorio.
—6:27 —leyó en voz alta, mientras se volvía a tirar sobre la cama. Le sobraba tiempo todavía. Tal vez podría cerrar los ojos unos minutos. Sí, serían sólo unos minutos...
Un gato de color negro se le subió al pecho.
—Chase... No ahora... —se quejó el chico, intentando quitarse al gato de encima. Éste último bajó por su propia cuenta y comenzó a frotarse contra uno de los brazos del muchacho mientras ronrroneaba.
Molesto por no ser capaz de dormir tan sólo unos minutos, Felix se levantó, dispuesto a vestirse ahora que no tenía remedio. Se puso el pantalón de color azul oscuro, casi negro; la reglamentaria camisa blanca, perfectamente limpia; el saco del mismo color del pantalón, que exhibía el escudo de la academia en el corazón; y la corbata, que tampoco cambiaba de color. Tras ponerse unos calcetines y los zapatos, y tomar su mochila, Felix decidió dejar la habitación.
Caminó por el pasillo, iluminado apenas por la luz matinal, mientras dejaba salir un bostezo. Bajó hasta la recepción, acompañado sólo por el repetitivo eco de sus pasos. Chase se había quedado en la habitación, seguramente muy cómodo sobre la cama del chico, por lo que el joven tenía la falsa impresión de que era el único en el dormitorio. Y por alguna extraña razón, le agradó la tranquilidad y el silencio que envolvían a la sección A.
El sillón individual pareció quejarse cuando el chico se hundió en él. El agradable silencio que tanto le había gustado a Felix fue interrumpido por el zumbido del aire acondicionado. Octubre y aún no llegaba el frío... por lo menos para él, claro. Para sus compañeros, por otro lado, que habían vivido toda su vida en ese clima, la frescura del océano en invierno les parecía un clima digno del Ártico mismo.
—Oh, hola, Felix. —saludó una voz que el chico reconoció como la de Vince. Al igual que él, iba vestido con el uniforme de la academia, sólo que llevaba puesta la misma gorra gris que el día anterior. Ahora que lo pensaba, Vince siempre llevaba puesto algo sobre la cabeza, ya fuese una bandana, una gorra, o algún sombrero casual. Jamás se alcanzaba a ver alguna parte de su cabello color negro que no fueran los mechones que se le escapaban de entre lo que llevara puesto.
—Hey, Vince... —respondió Felix, alzando la mano apenas unos milímetros a manera de saludo. Su compañero se sentó en el sofá de tres plazas y se dejó absorber por los suaves cojines.
—Mmm... —gimió, como quejándose—. Sofá cómodo, lo lamento, pero tengo que irme... no lo hagas tan difícil...
Felix soltó algunas risas, para luego imitar a Vince y recargarse en el mullido sillón.
—No te atrevas, Felix Flynn. —dijo alguien desde las escaleras, después de unos minutos—. Primero me apresuras, y luego te duermes en la recepción. ¡Eso es de lo más hipócrita!
—Oh, cállate, Mike. —cortó Felix, en broma.
—Cállate tú, perra. —respondió, fingiendo enfado. Acto seguido, bajó de un salto los escalones que restaban y se dirigió hacia Felix. Una vez estuvo a su lado, intentó levantarlo de un tirón.
—Aaaah... No quieeeroooo... —se quejó F, exhibiendo lo aprendido en el club de drama al actuar perfectamente un berrinche.
—¿Y a éste que le pasa? —preguntó Ethan, quien iba bajando por las escaleras, seguido por su hermana Samantha y por James.
—Nada, tío, nada. —respondió Felix, levantándose del sillón con una sonrisa.
—Vale, no importa. —cortó el rubio, mientras caminaba en dirección a la puerta.
—Oh, ¿ya te vas? —inquirió Mike, extrañado—. Bicho.
Ethan se colocó una mano en la frente; Felix no supo si lo hizo por la vergüenza ajena a causa de Mike o porque éste último le sacaba de quicio.
—Le gusta llegar temprano, así no tiene que correr. —explicó Samantha, encogiéndose de hombros.
—Ni sudar. —agregó Ethan.
Algo en Mike pareció activarse, pues la cara del chico se iluminó de pronto. Entusiasmado, dijo:
—¡F, vámonos con ellos!
—¿Eh? —balbuceó Felix, incrédulo ante lo que Mike quería hacer.
—Me ha convecido. De ahora en adelante mi vida será guiada por la filosofía de “No sudar” de Ethan.
Todos se quedaron en silencio.
—¿Qué? —se quejó el chico—. Por más guapo que sea, las chicas no se me acercarán si huelo a cebolla.
—Que vivan las explicaciones de Mike. —rió Felix, alzando el puño como quien gana algo importante.
—¡Que vivan! —cantaron todos, para luego echarse a reír.
Por enésima vez desde que se había unido al PP, Felix comenzó a pensar en el futuro. Si se mudaba, se alejaría de ellos... y probablemente para siempre, pues no podían permitir que se llevara su secreto con él.
—Ah... Mejor esperamos a Michelle. —señaló Mike, sacando a Felix de sus pensamientos—. Sería algo maleducado dejarla irse sola.
—¿No os importa si os acompaño? —preguntó Vince, levantándose del sofá. Acto seguido, miró rápidamente su reloj de muñeca y dijo—: Pero considerad que soy capaz de abandonaros si Michelle no se apresura.
—Y deja a sus compañeros en el frente de batalla... —comentó Mike.
—Bueno... Nosotros nos iremos yendo. —intervino James—. Hasta luego.
—Nos vemos.
—Con cuidado.
—No vayáis a morir, ¿eh?
Finalmente, la puerta se cerró tras el trío, dejando así a Felix, Vince y Mike solos en la recepción. Éste último cruzó la puerta de la cocina y comenzó a buscar entre puertas y cajones.
—¿Qué buscas? —preguntó Vince.
—El desayuno... —respondió el otro desde la cocina—. Pan tostado bastará, creo. No creo que tengamos tiempo suficiente para cocinar algo, ¿no?
—Tenemos veinte minutos, no sé cómo lo veas, Felix. Tú eres el que cocina.
—Ay, mariquita. —cantó Mike, arrastrando las letras.
—Cuando vivas solo y tengas que subsistir a base de pizza, comida china y sopas instantáneas, ya veremos si me dices lo mismo. —se defendió Felix, yendo a la cocina.
—Sí, como seeaaa...
—Bueno... Creo que iré a llamar a Michelle. —apuntó Vince, para luego subir por las escaleras.
—Huevos con tocino, huevos con tocino, huevos con tociiino... —cantaba Mike, a la par que golpeaba la mesa con sus cubiertos. Estaba sentado en la barra-desayunador de la cocina, con un plato listo para recibir la comida. De manera infantil, llevaba puesta una servilleta en el cuello.
Vince ya había bajado, acompañado por Michelle. Los dos también estaban sentados en la barra, esperando ansiosos su desayuno.
—Ok, tenemos 10 minutos para comer. ¡Así que a atascarse! —exclamó Felix, sirviéndole su porción a cada uno.
—¿Revueltos...? ¿No hay huevo estrellado? ¿¡Y mi sunny side up!? —reclamó Mike, desilusionado.
—Perdón, pero es que después no me alcanzaba el tiempo. —aclaró Felix, sentándose para comer su plato.
Desayunaron animadamente, conversando de diversos temas. Ya fuese sobre el colegio, sobre el PP o sobre otras cosas, la plática siempre se desenvolvía bien. Además, Felix había mostrado que era en realidad un buen cocinero, y que sus clases optativas habían dado frutos.
—Venga, son sólo huevos con tocino. —le restó importancia al asunto cuando Vince había halagado su platillo.
—Para nada... Tienen un no sé qué que me provoca un... qué sé yo. —continuó el joven.
—Muy cierto, Vince. —concordó Mike—. Los sabores se mezclan perfectamente... Felix no pudo elegir una mejor calidad de carne. Y la consistencia del huevo... ¡Ñam!
—Usé sólo lo que pude encontrar... —apuntó el chico—. No es nada del otro mundo, de verdad.
—¡Ah! —exclamó Michelle de pronto, dejando su tenedor de golpe en la mesa —. ¡Se nos hace tarde!
Mike miró con preocupación su reloj de muñeca. Sus ojos se abrieron como platos, mientras se daba un golpe en la frente con la palma de su mano, como cuestionándose cómo había dejado pasar tal. Vince, por otro lado, se esforzaba por no escupir la comida a la par que dejaba salir una especie de gemidos.
—¡No me he cepillado los dientes! —exclamó Felix. Tras una reclamación por parte de sus compañeros, preguntándole por qué diablos no se los había cepillado antes, el chico subió lo más rápido que pudo hasta su habitación mientras sus tres amigos le esperaban en la puerta.
Entró al baño a toda velocidad. Tomó su cepillo con la mano derecha, mientras que con la izquierda se las arreglaba para abrir el tubo de dentífrico. Con las prisas, sin embargo, la cantidad que puso en el cepillo fue demasiada, y su boca quemó, como si estuviese manteniendo un gran trozo de hielo en la boca, mientras se limpiaba.
—Nos vemos, Chase. —se despidió el chico, a la par que le pasaba la mano por el lomo al gato negro, que lo había seguido hasta el baño. Acto seguido, bajó de nuevo a toda prisa hasta la recepción. Tomó su mochila, que descansaba junto al sillón, se metió sus llaves y billetera a los bolsillos, y salió por la puerta del dormitorio.
Apenas le vieron llegar, Michelle, Mike y Vince decidieron cruzar la calle que separaba a la sección A de la academia; o de una manera más precisa, del estacionamiento.
—No te olvides de activar la alarma. —le recordó Vince, sin siquiera girar la cabeza. Felix respondió con un despreocupado “Sí, sí”, mientras le ponía cerrojo con su llave a la puerta. Una vez hizo esto, dirigió su atención al delgado tablero númerico de color negro que descansaba encima de la enorme cerradura.
Apenas introdujo la combinación, Felix cruzó la calle y se apresuró a alcanzar a sus amigos, quienes ya iban caminando a medio estacionamiento.
—Joder... ¿Cuánto tiempo? —preguntó Felix, mientras sincronizaba su caminar con el de los compañeros. Vince miró su reloj de muñeco y, tras apresurar un poco el paso, respondió, con la voz casi en grito:
—¡5 minutos!
—¡Uuuuhmierda! —exclamó Mike—. No pensé que quedara tan poco.
—Aún tengo que ir al casillero... —señaló Michelle, con un tono de voz que expresaba una triste actitud de rendición.
—Será imposible llegar. —apuntó Felix, dándose también por vencido.
Mike refunfuñó. Después de hacer un gesto de desesperación, metió la mano en su mochila. Tras revolver un poco las cosas, su cara se iluminó.
—Tres... Cuatro... —murmuró, mientras continuaba moviendo la mano. Luego soltó una sonora carcajada de victoria—. ¡Eureka! —añadió, mientras sacaba cuatro brazaletes de color negro, aparentemente hechos de metal.
—¿Qué es...? —iba a preguntar Felix, pero se interrumpió al sentir cómo Mike le ponía el extraño aparato (porque eso era, un aparato) en la muñeca. Con una velocidad inexplicable, hizo lo mismo con Michelle y Vince.
—Mike... Esto me suena de algún lado... —señaló este último.
—Claro... son la versión dos. —respondió Mike.
—¿Pero de qué estáis hablando? —inquirió Michelle, mirando a ambos muchachos con expectación.
—Ya verás... —sonrió Mike. Acto seguido, presionó un botón de color rojo en su brazalete.
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