martes, 20 de julio de 2010

- Capítulo 7 - Misión de rescate (Parte 1)

—¡Ya!

El sudor no se hizo esperar; muy pronto sus ropas se vieron empapadas. Las minúsculas gotas se acumulaban en la punta de sus oscuros mechones, y se precipitaban una vez eran demasiado pesadas para luchar contra la gravedad.

—¡Aaa... Ya!

Volvió a golpear a otro inmóvil muñeco relleno de arena. Sintió la formidable fuerza de su ataque activar sus terminaciones nerviosas y mandar la señal de dolor a su cerebro. Su propio cuerpo reclamaba, le advertía desesperadamente que no se hiciese daño.

—¡¡¡Aaaaaaaah-ya!!!

Con lo que muy pronto se convirtió en su último golpe, rasgó el tercer saco; pero la arena no se dejó arrastrar por la gravedad, y se quedó allí, inmóvil.

El joven no pudo resistir las señales que le enviaba su cuerpo, por lo que decidió sentarse en el tatami antes de perder la fuerza en las piernas.

James Reynolds se quitó la venda que recubría su espinilla. Como siempre, no le había servido de nada, y se había echo jirones con los escasos golpes que había asestado. Contempló con orgullo, aunque con un poco de miedo, la herida que se había abierto en ambas piernas.

Tres golpes con cada una y aún no era capaz de deshacerse de la gran desventaja llamada dolor. Por un momento, intentó tomar las vendas limpias que había dejado en el tatami, pero recordó que debía desinfectarse las heridas, sólo por si las dudas.

Se giró al sentir cómo alguien llegaba caminando a la habitación.

Felix Flynn le dirigó una mirada desaprobatoria y sacudió la cabeza en un gesto de negación.

—No le veo sentido. No le veo sentido alguno. —dijo—. A este paso vas a terminar destrozándote los nervios.

James se levantó con dificultad. Hizo una mueca de dolor al sentir cómo la piel de sus heridas se estiraba, provocando que las espinillas le ardieran tremendamente.

—Ése es el plan. —respondió, devolviéndole una mirada retadora a su compañero.

—Sigo sin entender el propósito de no sentir nada. —Felix se frotó los brazos, en un intento de disminuir el dolor.

Una vez un poseedor de Psique entraba a la zona, su cuerpo hacía todo lo posible para mantenerle vivo. Los músculos se llenaban de ácido láctico al cabo de unos minutos, en el caso de James; pero con Felix, quien apenas había entrenado o luchado en el limbo entre las dos dimensiones, la acumulación de dicha sustancia ocurría en sólo unos segundos.

—¿No lo entiendes? El golpear desde la zona a alguien de nuestra dimensión supondría un ataque mortal. En caso de enfrentarnos con humanos...

—James, esos humanos no existen.

El chico guardó silencio de golpe. Agachó la cabeza, avergonzado, y desvió la mirada. Para Felix, eso era una muestra de sentimientos de lo más dramática cuando se trataba de James.

—Sólo recuerda: Si te rompes la pierna durante tus entrenamientos, te darán de premio unos bonitos clavos y, hala, no más Corrupted’s por ocho semanas.

Acto seguido, Felix abandonó la zona, dejando a James solo.


30 de septiembre... Dos semanas exactas desde que Felix Flynn había sido reclutado como miembro del exclusivo club paranormal PP, Project Psique.

Las razones eran fáciles de explicar, pero difíciles de creer. Port Lagune estaba dividido en dos dimensiones; en una vivimos nosotros y en la otra viven nuestras contrapartes, nuestros reflejos, nuestras sombras: Corrupted’s, como les llamaba el PP.

Los Corrupted’s necesitan alimentarse, como cualquier ser vivo. Pero nada les satisface más que un alma humana. No obstante, no son capaces de penetrar por completo a nuestra dimensión, por lo que se conforman con entrar a un limbo para nutrirse de nuestros sentimientos.

Pero no son los únicos. La evolución siempre hace su trabajo. De vez en cuando, un individuo de Port Lagune puede tener una anomalía genética que le permite controlar un elemento o sustancia a su gusto, ver a los Corrupted’s, y entrar al limbo, comúnmente llamado la zona.

Y Felix era uno de ellos.


—Por lo consiguiente, Vous puede ser usado tanto para objeto directo como para objeto indirecto. Oui? —explicaba la profesora de Francés.

Felix respondió Oui inconscientemente, pero no tenía interés absoluto en su clase de idioma. Estaba más ocupado haciendo garabatos en su libreta.

Era, seguramente, la primera vez que no ponía atención en clase. No obstante, su nueva idea le había absorbido por completo: una bitácora de Corrupted’s. Seguramente los futuros miembros del PP le agradecerían cuando escribiera información sobre las criaturas. Sin embargo, apenas tenía dos míseras entradas escasas de información.

Corrupted común, Corrupted alado... —leyó, en voz baja. Estuvo seguro que el alumno a su derecha se giró para ver qué había dicho, pero volvió a sus apuntes una vez notó no era importante.

Se escuchó un leve gruñido detrás de él. Al escucharlo, sintió una diminuta, casi imperceptible, molestia en su oreja, señal de que el causante había sido un Corrupted.

Cuando un individuo se encuentra en la zona, el tiempo se ralentiza, a tal grado que parece que no avanza. Un microsegundo en nuestra dimensión equivale a un segundo del limbo, hablando de manera exacta. Por lo tanto, desde nuestra dimensión, lo que ocurre en el limbo no debería poder ser visto o escuchado, pues ocurre con demasiada velocidad.

Sin embargo, el nuevo componente del oído de Felix captaba las veloces ondas de sonido y las manipulaba hasta adaptarlas a la dimensión que atravesaban. El ojo, por otro lado, no era capaz de hacer eso, por lo que Felix sólo distinguía a los Corrupted’s como sombras muy desenfocadas. Por suerte, preferían quedarse la mayor parte del tiempo inmóviles, junto a su humano correspondiente; si fuesen más activas, serían prácticamente invisibles.

Felix giró su cabeza, y pudo ver un Corrupted bastante agitado: sólo era una masa imprecisa, desenfocada y sin forma alguna, señal de que la criatura se hallaba muy excitada. Demasiado, tal vez.

El chico alzó la mano, pidiendo la palabra.

Oui? —preguntó su profesora.

—Ehhh... Je peux... sortir de... la classe? —preguntó Felix, dudando un poco de sus palabras; después de todo, no era muy bueno en francés. El chico tomó su billetera del bolsillo del pantalón, sacó de ella una pequeña tarjeta y se la mostró a la profesora—: C’est... un... affaire... du PP .

—¿Del PP? —preguntó la mujer, esta vez en inglés.

—Ajá. —respondió Felix, volviendo a guardar su carnet—. Agradecería mucho que me dejase salir de clase.

El joven notó las miradas de todos sus compañeros ir de él a su profesora, y de regreso. Muchos de los presentes estaban impresionados, otros celosos, y algunos simplemente se hallaban curiosos por saber qué derechos tenía el alumo para ser capaz de salir del aula con tanta comodidad.

La profesora obvió la respuesta al encogerse de hombros.

—No tiene sentido ir contra del director, ¿no? —añadió, con un asomo de sonrisa burlona en el rostro.

Merci beaucoup . —agradeció el chico, tomando, con evidente apuro, sus pertenencias y emprendiendo rumbo a la única puerta y, por consiguiente, salida del aula.

Antes de salir, cabe decir, el chico pudo oír a un compañero suyo preguntar:

—¿Qué es lo que hacen en ese club?

Felix no pudo evitar que una sonrisa llena de orgullo hiciera aparición en su hasta ahora impasible rostro. Sin mirar atrás, comenzó a caminar por el pasillo. Era más que incuestionable que los Corrupted’s se encontraban alterados: para Felix, el lugar no era más sino un espectáculo de sombras y turbias tinieblas.

El chico se apresuró a dejar todas sus cosas en su casillero, no sin antes obligarse a detenerse por la clase de Español de Mike y comentarle sus sospechas.

—No hay duda, algo les molesta o les emociona. —concordaba el chico, a la par que se apresuraba a guardar sus pertenencias—. ¿Un nuevo poseedor, tal vez?

Felix contempló a su amigo. Extrañamente, el brillo de sus ojos se había ido; era como si un Mike más serio le hubiese reemplazado, con la mera intención de prepararle para la batalla.

Recordó que haber visto esos ojos anteriormente. Eran los mismos que Mike había tenido cuando había probado a Felix. Denotaban seriedad, frialdad y, tal vez, un poco de autoridad.

Felix sonrió.

—¿Pasa algo? —preguntó su compañero, tomando un llamativo y grueso libro de su casillero. Felix miró con incomprensión el enorme ejemplar; era demasiado para alguien como Mike. Pero, para su sorpresa, el joven súbitamente lo abrió por la mitad, mostrando así un hueco en su interior, hecho al haber cortado el centro de la mayoría de las hojas.

—Es útil y nadie sospecha... —se defendió Mike, tomando un revólver de tierra del interior del improvisado compartimiento.

—¿No es mejor que vayamos al dormitorio por más...? —Felix se interrumpió al notar que Mike levantaba una mano para detenerle.

—Tenemos el tiempo en nuestra contra. Y por mucho, al parecer. —explicó Mike, impasible—. No podemos desperdiciarlo. Tendremos que arreglárnoslas con esto. Ah, y toma.

Mike le lanzó un lapicero de color negro a Felix. El chico hizo un gesto para comunicar que no entendía la situación, por lo que Mike se apresuró a aclársela mientras cerraba el libro.

—Es un transmisor. Comunicador, radio. Como quieras llamarle. Presiona el botón... Sí, ése que usualmente se usa para sacar la punta. Los lapiceros de los demás miembros les avisaran con una luz parpadeante.

—¿Y qué tiene eso de comunicador? —preguntó Felix, sin perder tiempo en presionar el botón.

—El gancho que se usa para colgarlo de la ropa. Hálalo y actuará como un teléfono. Solamente tienes que ponértelo en la oreja; no es nada complicado, y no levanta sospechas. Ah, para que funcione, el otro o los otros lapiceros deben estar activados también.

Felix prefirió probarlo otro día, por lo que se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Se quitó los zapatos y los cambió por sus deportivos lo más rápido que pudo, para luego guardárlos en su casillero y, finalmente, cerrarlo.

—Bien, rápido. A la zona. —manifestó Mike. Sin embargo, todavía no había terminado la frase cuando tomó a Felix del brazo y le obligó a entrar con él al limbo.

—¿Nos separamos? —sugiró Felix, pero Mike negó de inmediato.

—Lo peor que puedes hacer en caso de un rescate es separarte del grupo. Si te hayas solo con el infectado, puede que te machaque en pocos segundos. Los ya transformados son mucho —Mike alargó la palabra, enfatizando— más fuertes que los Corrupted’s normales.

Felix tragó saliva, nervioso. Consideró sacar su pequeño puñal, pero se lo pensó mejor y prefirió ignorarlo; podría ser más un estorbo que una ayuda.

Mike se puso el dedo índice sobre la boca, pidiendo silencio. Sin hacer ruido alguno, gesticuló con los labios:

—Intenta correr con la punta de los pies. No hagas ruido.

Acto seguido, el joven se colocó en el frente. Sin siquiera girarse, hizo un gesto con los dedos, esta vez para pedirle a Felix que le siguiera.

Se adentraron en la desconocida y ahora aterradora academia. Pese a que la luz era más brillante en la zona, los objetos en sombra eran aún más oscuros, por lo que la zona adoptaba un ambiente estremecedor.

Mike no articulaba palabra alguna. De vez en cuando hacía un gesto para indicarle a Felix, quien corría a unos pasos detrás de él, que iba a detenerse o que debían girar. Si veían o escuchaban a un Corrupted, los muchachos se ocultaban detrás de casilleros o botes de basura, o utilizaban las aulas, abiertas de par en par, como refugio.

—Debemos evitar enfrentamientos innecesarios. —explicaba el chico—. Aunque debo admitir que eso va en contra de mi estilo.

En lugar de ir armados, llevaban sus Psiques “desenfundados”. La mano derecha de Mike siempre se encontraba cubierta por una brillante capa de fuego, aunque el chico lo apagaba en cuanto veía a un Corrupted acercarse. Felix, por otro lado, mantenía un orbe de viento girando en la palma de su mano izquierda.

Los muchachos se encargaron de revisar la primer planta. Omitieron los pasillos por los que Felix y Mike ya habían recorrido antes de entrar a la zona, lo cual les ahorró un valioso tiempo. No tardaron mucho en ir a la siguiente planta, donde cruzaron corriendo cada pasillo y aula.

—Mierda, nada en la segunda planta, tampoco... —sentenció Mike, jadeante, una vez el par de chicos había llegado a la segunda escalinata, en el centro del edificio.

—¿Estás seguro que el infectado está aquí? —preguntó Felix, con dificultad para respitar, mientras se ponía las manos en las rodillas y las usaba como punto de apoyo para descansar

—Llevamos dentro... Cuatro minutos. —agregó el líder, mirando su reloj digital de muñeca que, sorprendentemente, parecía funcionar dentro del limbo. Felix notó que tenía el cronómetro activado. —¡Mierda, F, tú no duras nada! ¡Seguro que ya vas a la mitad...!

—¿¡Johnson, me copias!? —inquirió una conocida voz, proveniente del mismo reloj.

—¡James! ¿Cómo es que...?

—Acabo de entrar. ¿Cuánto tiempo lleváis dentro?

—Cuatro con veinte.

—Salid y descansad. Os relevaré.

Felix no pudo evitar notar que sus compañeros se apresuraban al hablar, intentando ahorrar tiempo. El chico jamás imaginó que unos pocos segundos serían tan valiosos para su club.

—¿Tú solo?

—Arrastraré a Miller y a Parker conmigo. ¿Qué plantas habéis revisado?

—Primera y segunda. Supongo que estás en la segunda, también.

—Afirmativo. ¿Está Flynn contigo?

—Sí. Ha entrado al mismo tiempo que yo.

—De acuerdo, salid pronto. Buen trabajo.

—Suerte.

—Mucha suerte, James. —se apresuró a agregar Felix.

Sin aviso alguno, Mike salió de la zona, convirtiéndose en una inmóvil estatua para su compañero. Con un suspiro de alivio, Felix también abandonó el limbo.


Algo salió mal.

(Continúa en la Parte 2)

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