martes, 13 de julio de 2010
- Capítulo 6 - Un día libre con lluvia, combate y frascos de mayonesa (Parte 1)
Las circunstancias les habían llevado a meterse a un callejón sin salida. Felix sí que se la había puesto difícil.
Michael Jonhson contempló a sus contrincantes: Felix Flynn, quien acababa de terminar su turno, uno de los chicos nuevos en la academia y que se había unido al club hacía una semana, era ahora su mayor preocupación.
Luego dirigió su vista hacia su compañero, James Reynolds, hijo del director de la escuela, estudiante de undécimo grado y miembro del PP desde hacía seis años. Era éste quien ahora era pareja de Mike, y quien menos empeño ponía en el juego.
Finalmente, miró a Vince Miller, la pareja de Felix. Como jugador estrella de fútbol, Vince poseía una altura y complexión arriba de la media. Tenía un cabello de color marrón, bastante corto, casi a lo militar, y sus pequeños pero vivaces ojos de color negro no apartaban la vista de Mike.
—Me tienen, James... —murmuró el chico, mirando el tablero por el última vez.
Ya que había comenzado a llover afuera, el PP decidió quedarse en el dormitorio. Mientras Ethan ayudaba a su hermana pequeña, Samantha, comúnmente llamada Sammy, a controlar su Psique, el cuarteto de muchachos disfrutaba un juego de mesa en la recepción del dormitorio.
Tras una pequeña discusión, debido a que no sabían qué juego elegir, Ethan les prestó uno de su habitación. El juego consistía en formular teorías para descubrir al culpable de un asesinato, en una mansión completamente cerrada. Un bando, formado por dos personas, se encargaba de crear las circunstancias del siniestro, además de decidir al culpable y a las víctimas (la cantidad de éstas últimas se decidía mediante un dado). Esto por supuesto, no se le revelaba al otro bando, que hacía lo posible para descubrir al asesino, formulando teorías y destrozando las coartadas de los personajes, ayudándose con tarjetas que les otorgaban ciertos privilegios de vez en cuando.
—En ese caso, es mi turno. —expresó James, tomando una de las tarjetas del bando investigador—. “Teoría y verdad”. —leyó el muchacho, mostrando su carta. Dicha carta les concedía la oportunidad de formular una teoría, y obligar al equipo contrario a decidir si era falsa o no. En caso de que estuviese equivocada, el bando asesino debía de destacar los puntos en los que fallaba. Lo bueno de dicha tarjeta es que la teoría no tenía limitaciones, podía ir desde investigar cómo fue cerrada una puerta, hasta intentar adivinar el nombre del asesino.
—Guárdala. —pidió Mike, viendo que necesitaban más datos.
Vince y Felix habían elegido asesinar a la víctima en un cuarto cerrado. Esto quería decir que las puertas y ventanas habían sido cerradas por dentro, con la llave dentro de la misma habitación. Sin embargo, los dados habían estado de la suerte del bando asesino, que decidió crear una masiva habitación cerrada con seis víctimas. Esto quería decir que en la primer primer pieza estaba la llave de la segunda, y en ésta la de la tercera. El ciclo se repetía hasta llegar a la sexta habitación, que tenía la llave de la primera.
—Entonces... Es mi turno. —manifestó Vince, tomando una tarjeta para el bando del asesino—.
—Oh, mirad... “Una hora menos”. Eso quiere decir que estáis más cerca de perder. —expresó Felix.
Para hacer el juego un poco más divertido, el bando investigador se veía presionado por un reloj de veinticinco turnos. Si dichos turnos pasaban y el equipo era incapaz de resolver el misterio, la imaginaria policía les arrestaría a todos. Pero, debido a que estaban muy aburridos, los muchachos decidieron tornar su juego en algo más difícil y competitivo al reducir el número de turnos a quince.
—Eso os deja con... dos turnos, oh. —se burló Felix.Vince añadió:
—Ninguna otra acción.
—Y ahora yo. —dijo Mike, imitando a sus compañeros y tomando una tarjeta. El delgado trozo de cartulina leía “Dato extra”, y mostraba una huella digital de sangre en una esquina.
—Venga, haz lo tuyo. —sonrió James, mientras le daba la tarjeta de “Teoría y Verdad” a Mike.
—¡Bien! Entonces, Vince y Felix, estáis obligados a decirnos un dato que desconozcamos del asesinato.
Felix y Vince murmuraron algo, intentando que James y Mike no les oyeran. Tras asentir con la cabeza, Vince volvió a mirar a sus oponentes y dijo:
—El culpable tenía la llave para una de las habitaciones.
—¿Un duplicado? —inquirió Mike, a sabiendas de que no iban a responderle—. Bien, entonces... ¡Combo! ¡”Teoría y verdad”!
—¿Hago yo los honores? —preguntó James.
—Por supuesto. Incluye el duplicado en la teoría.
James negó con la cabeza, recibiendo una queja por ello. Sin embargo, miró a sus contrincantes y comenzó:
—¿No es obvio? El culpable es una de las víctimas.
Felix y Vince se quedaron quietos como estatuas ante la declaración del chico. Sin embargo, éste aún no había formulado su teoría, por lo que no dijeron absolutamente nada.
—El culpable tenía la llave de una de las habitaciones, sí... Pero eso implica que no tuviese las otras. En la quinta habitación, por decir alguna, asesinó a una de las víctimas y dejó la llave de la sexta, que aún estaba abierta. Cerró el cuarto con su llave y repitió el proceso con la habitación número cuatro, dejando la llave de la quinta pieza esta vez. Hizo lo mismo hasta llegar a la primera habitación, donde dejó la sexta llave. Finalmente, fue al sexto cuarto, llevándose la primera llave consigo. Cerró las puertas y ventanas desde adentro, y después se suicidó.
Felix tragó saliva. Contempló a James y manifestó:
—Correcto.
Mike dejó salir un grito de victoria.
—Para tu tren, Johson. —Mike se quejó—. Aún no hemos dicho al culpable...
—¿No es obvio ya? —dijo Vince, cabizbajo.
—Sí. Para que el culpable haya tenido todas las llaves, tuvo haberlas robado. Sin embargo, sabemos por el dato dado por Vince hace varios turnos que ningún personaje cometió un robo.
—¿Entonces...? —inquirió Mike, cada vez más emocionado.
—¡El culpable es... nada más y nada menos que...! —James golpeó la mesa con las manos (moviendo un poco el tablero y tarjetas, cabe decir), se puso súbitamente de pie y señaló a sus oponentes con el dedo índice.
—¡Dilo ya, coño! —pidió Mike.
—¡El mayordomo Abraham, el único sirviente involucrado! Siendo un sirviente, no cometió ningún robo al tomar todas las llaves, ¿no es así? ¿¡Es él el verdadero culpable!?
Un ambiente lleno de suspenso se apoderó de la recepción. Nadie articuló palaba, ni siquiera un leve sonido se pudo escuchar. James bajó el brazo y tomó asiento, esperando la respuesta.
—Sí... —susurró Felix.
Mike se levantó del sillón de un salto, dejó salir un grito de victoria y lanzó el tablero por los aires. Empezó a hacer lo que parecía un baile, mientras canturreaba “Derrotados, derrotados, derrotados”.
—¡Arriba esos cinco, James! — exclamó, mostrándole la palma de su mano. Sin embargo, el nombrado volvió a su serena e indiferente actitud y tomó asiento de nuevo.
—Vaya que te has inspirado, James. —comentó Felix, mientras se ponía a gatas para recoger las tarjetas arrojadas por Mike.
—Te ha entrado el sentimiento, ¿eh? —coincidió Vince, sonriente.
James sólo se acomodó el flequillo, se recargó en el sofá y cerró los ojos (o por lo menos el que era visible) en actitud apática. No dijo palabra alguna, ni tampoco hizo algún gesto que pudiera interpretarse como una respuesta.
—¿Y ahora qué? —preguntó Mike, al ver cómo las gotas de lluvia se estrellaban contra el cristal de las pequeñas ventanas de la recepción. Ya habían pasado cerca de media hora jugando, sin contar lo que habían tardado en decidir qué hacer, y la tormenta no había cesado.
—Podríamos ir al gimnasio; después de todo, está completamente cerrado. —apuntó Vince. Al escuchar las palabras del chico, Mike se tiró en el sofá y hundió su rostro en uno de los cojines. Golpeó la mullida superficie del asiento con su puño, levantando un poco de polvo.
—¡No quiero entrenar! —exclamó, intentando evitar que el almohadón ahogara su voz y alargando las palabras como quien hace un berrinche—. ¡Los entrenamientos son sólo de lunes a viernes!
—Pero un sábado al año no hace daño. —señaló Felix, levantándose del sofá, seguido por Vince. James prefirió ir a entrenar un poco, en lugar de quedarse junto con Mike, quien, a regañadientes, decidió acompañar a los muchachos.
Antes que nada, debían cambiarse en ropas más cómodas. Los cuatro muchachos llevaban pantalones de mezclilla, de distintas tonalidades y diseños (Mike juró que los pantalones de James eran los más ajustados que había visto en su vida).
Mientras James subía al tercer piso, Vince, Mike y Felix permanecieron en el segundo. Vince abrió la primer puerta con su llave, y desapareció tras ella. Sobre la mirilla colgaba una pequeña pizarra, que tenía “Ethan & Vince” escrito con tiza de color blanco, que evidenciaba que compartía la habitación con el rubio.
Por otro lado, Mike abrió la segunda puerta (“Never forget: Mike ‘n F for the win”), y dejó pasar a Felix antes que él. Ambos muchachos compartían la misma habitación, pese a que al miembro más reciente no le agradaba mucho la idea.
—Mike, no has recogido tus zapatos. —señaló Felix, abriendo el largo armario de color gris, colocado en un hueco en la pared construido precisamente para eso.
La pieza era grande, pues debía alojar a los dos adolescentes. Probablemente mediría unos ocho metros por otros ocho, y de altura un poco menos de tres metros, más que suficiente para dar cabida a la litera en la que dormían los dos chicos.
Las paredes estaban pintadas de color verde espárrago, como el de la recepción. Al suelo lo cubría una alfombra de color azul, con detalles que cambiaban de tonalidad. Finalmente, en el techo sólo había una solitaria lámpara, aunque en ciertos lugares había luces más pequeñas para facilitar la vista: Encima del escritorio, sobre el armario, y en la pared donde estaba la litera, una para cada cama.
Las dos camas estaban hasta el fondo de la habitación, pegadas hacia la pared contraria a la puerta. A su lado estaba la puerta que daba al baño, y a un lado de ésta, el armario. En el otro extremo, a la izquierda de quien entraba, había un escritorio con un ordenador, una televisión, un pequeño frigorífico, y una amplia ventana con cortinas azules.
No había muchas cosas colgadas de las paredes, aunque Mike le dijo a Felix que ya las llenaría. Mike ya había puesto algunas cosillas, como un póster de una modelo descansando junto a un deportivo plateado, varios percheros que sostenían algunas gorras, un calendario, y una diana para dardos.
Mike tomó unos pantalones de algodón de color negro, y una camisa sin mangas de color blanco. Se puso las zapatillas deportivas negras que solía utilizar para su uniforme.
Felix, por otro lado, tomó una descolorida camisa de algodón, que anteriormente había sido de color negro, pero ahora tenía una tonalidad parecida a la de una rata gris. Recordó que al día siguiente debía ir a comprarse ropa nueva con la compensación que le había otorgado la mudanza. También tomó un holgado pantalón del mismo material, de color azul marino, y las zapatillas deportivas del colegio.
Una vez se hubo cambiado y puesto suficiente desodorante, Mike decidió abandonar la habitación, dejando a Felix solo. Bajó la escalera hacia la recepción, que estaba completamente vacía. Pensando que James y Vince ya podían haberse adelantado, continuó hacia el gimnasio.
La puerta estaba a unos pasos del chico, al lado del televisor, en la parte derecha de la habitación. Era de cristal, y dejaba ver un amplio pasillo en el que no había nada más que una mesa de madera, con un florero y algunas velas decorativas, y un mueble de madera con varios cajones, de donde Mike tomó una pequeña toalla. Empujó la puerta que estaba al final del pasillo, y entró al gimnasio.
Para ser un lugar al que sólo tenían acceso seis muchachos, era bastante amplio. Fácilmente mediría lo mismo que el gimnasio del colegio, y tenía el mismo tipo de equipo.
En el centro, siendo así lo que destacaba más, había un ring en el cual Ethan y Samantha se encontraban luchando, utilizando sus respectivos Psiques como armas. Ambos muchachos tenían movimientos muy similares: Ágiles, rápidos, y con ataques débiles, pero veloces y certeros.
A la derecha del ring había varias máquinas para ejercitarse. Caminadoras, elípticas, de remo, y varios artefactos más. También había una gran variedad de pesas, en las cuales Vince solía invertir gran tiempo de su hora obligatoria de entrenamiento.
Atrás del ring, en el fondo del gimnasio, había una pequeña piscina. Sólo cabía una persona a la vez, y no era capaz de dar muchas brazadas. Sin embargo, había un pequeño canal poco profundo, en el cual los muchachos corrían con la resistencia del agua presionando sus piernas.
Por otro lado, a la izquierda tenían varias cosas para practicar la flexibilidad y la fuerza de manera gimnástica. Un par de aros, dos caballos, y dos largas barras. No obstante, los muchachos aborrecían esta sección y no la usaban para nada, a menos que el director estuviese evaluándoles.
Finalmente, entre el ring y Mike había varios muñecos de variados materiales. De paja, de arena, y varios de concreto. Los muchachos practicaban el cuerpo a cuerpo con los de arena, el uso de armas blancas con los de paja, y el Psique con los de concreto. Cabe decir que los muchachos también practicaban con armas de fuego pequeñas, las cuales usarían sólo en caso de emergencia, y con los revólveres de Psique en un cuarto independiente, cuya puerta se encontraba del lado izquierdo del gimnasio.
—Muévete, que paso. —dijo James, apartando a Mike de la puerta con el brazo. Llevaba unos largos shorts de color negro, y una camisa de baloncesto del mismo color. Inmediatamente se acomodó frente a un muñeco de arena y comenzó a golpearle con los puños.
Detrás de él llegó Felix, ya cambiado, que inmediatamente pasó a las máquinas. Lo mismo hizo Vince, quien venía detrás de él.
—¡Mikey, relévame! —exclamó Samantha, sonriente, desde el ring. Sin esperar una respuesta, dejó a Ethan con la guardia en alto y corrió hacia donde estaba Mike. Le tomó de la muñeca y, sin siquiera preguntarle, lo guió hasta su hermano.
Era, sin duda alguna, la más joven del grupo. A sus trece años cursaba séptimo grado, y estaba en la etapa entre la niñez y la adolescencia, lo cual se veía evidenciado por las curvas que comenzaban a resaltar bajo su ropa. Aunque tenía repentinos cambios de humor, y no podían culparle por ello, generalmente era risueña y muy agradable con todo el grupo.
—Vale, vale... Ya estoy, Sammy. —dijo Mike, poniéndose frente a Ethan. Samantha le guiñó uno de sus ojos azules y retrocedió.
—Ya sabes, Mike. Llamas pequeñas. —recordó Ethan.
—Y tú ya sabes. Choques eléctricos no-mortales. —respondió el chico.
Ambos muchachos se colocaron en guardia, esperando la señal que daría inicio a su combate.
(Continúa en Parte 2)
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