domingo, 16 de enero de 2011

Proyecto Secreto - Nexus (Prólogo)

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Bostecé una vez más al contemplar, aburrida, cómo las gotas de lluvia se estrellaban contra mi ventana y se deslizaban, primero lentamente y luego aumentando poco a poco su velocidad, por el cristal hasta llegar al suelo del balcón. Una vez allí, esas gotas se unían a los diminutos ríos que corrían entre los mosaicos y se abrían paso hasta el vacío, para después caer y perderse finalmente de mi vista.

En la silenciosa casa de mi familia, lo único que podía escucharse era la música creada por el repicar del agua en el techo; una música arrítmica que pocas personas son capaces de apreciar, pero que se llega a hacerlo, se convierte en algo tan hermoso y revitalizante como una sinfonía de los músicos más grandes.

Habiéndose ido la electricidad, no había nada mejor que hacer que lo que yo estaba haciendo. No teníamos televisión, ni consolas de juego, ni ordenador... Bueno, yo tenía mi Netbook, pero con el router apagado tampoco podría hacer gran cosa. ¡Ah, pero cuánto se cansó mi madre de repetirme que una persona podía divertirse aún sin luz! Bueno, dime tú, mamá, qué tan divertido es jugar Monopoly cuando me has dejado completamente sola en casa.

Papá se encontraba trabajando, como todos los días. Finalmente había conseguido un puesto estable y no habíamos tenido que mudarnos, algo que en otros tiempos solíamos hacer por lo menos cada verano. ¡Ahora habíamos permanecido tres años en la ciudad! Aunque una parte de mí extraña ir de un lado a otro y conocer ciudades distintas, estoy bastante feliz por no haber abandonado a las personas que he llegado a apreciar.

Mamá, por otro lado, después de decirme que podía divertirme con un par de dados, decidió dejarme sola e irse a conversar con la vecina. Sí, bueno, puede que tenga razón en eso de poder encontrar entretenimiento sin luz, ¡pero para eso se necesita compañía! Y con mis dos hermanos estudiando, compañía era lo que más me faltaba en estos momentos.

Mi hermano mayor me saca 7 años; tiene 23. Desgraciadamente, está en el otro lado del país estudiando una prestigiosa universidad. Eso realmente me sorprende, porque además de ser un tonto, tenía a su novia para distraerle. Y aunque el verano todavía no termina, decidió tomar un avión de regreso hace dos días. Tal vez planeaba casarse o algo...

Y finalmente, mi hermano más cercano. Hace varios años que se fue, y ahora tendría 20 años...

Repentinamente, alguien golpeando la puerta con el puño me sacó de mis pensamientos. Tras mirar el reloj, descubrí que había pasado cerca de diez minutos mirando, o las gotas del cristal, o la playa siendo azotada por las enormes olas.

Me peiné rápidamente con un cepillo y salí de mi habitación. Pensando que seguramente sería mi madre, no me preocupe en quitarme la pijama. Probablemente, estando tan sólo a un lado, no se había llevado las llaves con ella.

Volvieron a tocar, esta vez aún más fuerte. Como parecía que era una emergencia, bajé corriendo las escaleras y giré sobre mis talones para luego dirigirme a la puerta principal. ¿Le habría pasado algo a la vecina? Intentando no hacer mucho ruido, me asomé por la mirilla.

—¿Quién es? —pregunté, puesto que la lluvia me impedía ver a quien estaba del otro lado.

No me respondió nadie.

—¿Quién está allí? —repetí, alzando mi volumen de voz.

—Nadie. —me respondieron desde el otro lado. Bufé y puse los ojos en blanco, harta de las bromas de mi vecino de enfrente. Yo le gustaba y se ponía bastante pesado. Era aterrador en ciertos momentos, también, como cuando entré a su habitación y descubrí una colección de revistas en las que aparecía yo.

Ah, es cierto: me encanta modelar. No es por ser ególatra, pero siempre he sentido que soy muy buena en ello. De vez en cuando me contactan para mostrar ropa en los catálogos de las tiendas. No es un gran trabajo, pero ya es algo. Ésa es, además, la razón más grande para que yo tenga tantos pretendientes. Soy tan bonita como muchas otras chicas, y estoy segura de que hay algunas mucho más preciosas que yo, pero a los muchachos les importo más desde que me descubrieron modelando un traje de baño en una revista.

—Ken, ya basta —dije, mientras le quitaba el cerrojo a la puerta. Sin miedo a mojarme, puesto que la entrada está protegida de la lluvia, la abrí de par en par—. Ahora no estoy de humor... para...

Me detuve. Realmente no había nadie allí. Sólo estaban una familar maceta con unas flores y una alfombra que leía “Welcome”. Tampoco había nadie en mi jardín o en la calle. Sólo estaba la lluvia que no paraba de caer.

¿Y qué? ¿Debo fingir que ha sido el viento quien me ha respondido? Cuando vea a ese Ken, se va a enterar.

De pronto, mi vista se cruzó con algo que había pasado por alto y que descansaba en la alfombrilla a mis pies. Era un sobre de plástico de color blanco, del tamaño de un disco compacto. Y efectivamente, una vez me agaché y lo tomé con mis dedos, descubrí que era eso lo que contenía.

No tiene remitente, ni una nota... Nada. —pensé, sacando el CD del sobre y buscando algo que pudiera darme una pista sobre quién me lo había dejado en la puerta. Pero no, era sólo un simplón sobre blanco de plástico.

Me puse de pie y dirigí mi atención al disco. La carátula estaba muy bien hecha, por lo que asumí que era un producto que podía comprarse en alguna tienda de la ciudad. No obstante, lo único que ponía era “Nexus” en letras irregulares y distorsionadas, como las de un graffiti, y el nombre de la empresa. También exhibía los logos de los sistemas operativos con los que funcionaba (lo cual me sorprendió, pues eran todos los que yo conocía), pero fuera de eso no decía nada más.

—Nexus, ¿eh...? —murmuré, mirando el disco por última vez. Tras encogerme de hombros, lo guardé en su sobre y me dije a mí misma—: No quiero meterme en líos ilegales, así que...

Acto seguido, lancé el disco a la calle, como quien lanza un frisbee. Se mantuvo en el aire lo suficiente para surcar mi jardín, pero luego cayó en el pavimento y la corriente de agua lo arrastró a una alcantarilla.

—Ups... —dejé escapar, recordando que no debíamos ensuciar o el planeta se terminaría muriendo. Pero ya no podía hacer nada respecto a ello. El disco ahora probablemente estaría cruzando el vecindario o en el estómago de un cocodrilo hambriento.

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